8 de mayo de 2011

Me cuesta comprender que hay cosas que se van y no vuelven más, que las personas deben buscar nuevos rumbos que recorrer y que a veces, uno no es más que un obstáculo que imposibilita y de alguna forma, lo prohíbe. No me resulta fácil sentarme a escribir, ni acá, ni en ningún lado. Cada vez que agarro una lapicera o me siento enfrente de una pantalla en blanco de la computadora miles de recuerdos acuden a mi cabeza para acribillarme. Imágenes, miles de ellas, devolviéndome tiempos que son mejor perderlos que encontrarlos. Tiempos que deberían de estar bien enterrados bajo tierra, que no me pertenecen. Pretendo alejarme de ellos, pretendo que lo logro y sin embargo, es inevitable que siempre recurran a mí, llenos de angustia, melancolía y un odio imposible de codificar.

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